Por primera vez en la historia, la temporada de pesca de langostino arrancó… sin barcos. La escena, que parecería sacada de una novela distópica, es bien real: más de un centenar de buques congeladores permanecen anclados en puertos de todo el país. ¿El motivo? Una tormenta perfecta de factores económicos, laborales y estructurales que está arrastrando al fondo del mar a una de las industrias más rentables de la Argentina.
Las cifras son alarmantes: 600 millones de dólares que no entran, 113 barcos detenidos, miles de empleos en juego y un convenio laboral que se redactó cuando el langostino valía el doble que hoy. Mientras la demanda global cae y los costos locales se disparan, las empresas ya ni siquiera pueden cubrir lo que cuesta salir a pescar. Producir el kilo cuesta USD 6,50, pero se vende a USD 5,50. El resultado es simple: cada viaje al mar es una pérdida asegurada.
Las cámaras empresarias del sector, con apoyo de entidades de todo el país, exigen una negociación urgente con los sindicatos. Quieren revisar un acuerdo que, según denuncian, “hoy es inviable”. El punto crítico es la productividad: los tripulantes siguen cobrando como si el langostino valiera USD 12 el kilo, como en 2005. En plena ola de ajuste nacional, el sector reclama una reestructuración que permita salvar empleos y divisas. Si no hay cambios, la industria quedará amarrada. Y con ella, toda una economía regional.