El gobierno celebró la colocación de un bono por US$1.000 millones como si hubiera ganado la final del Mundial, pero los mercados apenas levantaron una ceja. A cinco años, con una tasa del 29,5% en pesos, los inversores del exterior pusieron la plata, pero el entusiasmo no fue compartido en la City. El bono trae consigo una cláusula de escape para 2027 —curiosamente antes de las elecciones presidenciales— y la desconfianza no tardó en colarse en los análisis. Para el Ejecutivo fue un gran paso hacia el regreso al crédito internacional. Para los operadores, un debut caro, que contradice el pronóstico de una supuesta “implosión” de la inflación para 2026.
Los dólares frescos sirvieron, más que nada, para tapar agujeros: $8,5 billones en vencimientos y poco margen para engrosar reservas. De hecho, las netas del BCRA siguen hundidas y el gobierno aún necesita más de US$5.000 millones para cumplir con el Fondo. A eso se suma una demanda privada y provincial que presiona más: solo esta semana se fueron más de US$400 millones por compras de CABA, Salta y Córdoba. Mientras tanto, el mercado de futuros volvió a mostrar nerviosismo: el contrato a diciembre trepó a $1.349, marcando una desconfianza que ni el optimismo de Kristalina Georgieva —que luce con orgullo un pin de motosierra— alcanza a disimular.
En este contexto, el plan de desinflación se sostiene con alfileres. El gobierno sigue esquivando la compra de dólares, empujando a los privados a sacar los verdes del colchón. Caputo insiste con que las automotrices vendan en dólares y cuotas, y el Ejecutivo busca reeditar el “milagro” del blanqueo de 2024, que dejó US$16.000 millones en los bancos. Pero la fase 3 del plan Milei —banda cambiaria, cepo parcial y dólar libre pero dirigido— no logra consolidar confianza. Los dólares llegaron, pero la señal del mercado es clara: sin reservas firmes ni inflación controlada, no hay tasa alta que calme los fantasmas.