En una escena más propia de una película de terror urbano que de una ciudad civilizada, un motociclista de 40 años fue brutalmente decapitado al impactar contra un cable de fibra óptica atado entre dos árboles en plena vía pública, en la intersección de Soler y Marcelo T. de Alvear. La víctima, José Emilio Parrada, murió en el acto y su cuerpo fue arrastrado por varios metros, dejando una estampa espeluznante que la Justicia no tardó en recaratular: de accidente a homicidio simple.
La Policía Científica secuestró 40 metros del cable letal y los fiscales ya cuentan con imágenes de cámaras de seguridad que mostrarían a un grupo de jóvenes —aparentemente menores— instalando la trampa minutos antes de la tragedia. Todo apunta a una emboscada deliberada, posiblemente con fines de robo, aunque nadie ha sido detenido aún. Mientras tanto, los vecinos de la zona siguen sin entender cómo un acto tan macabro pudo tener lugar en medio de la calle, sin que nadie lo impidiera.
Como si fuera poco, desde el Ministerio de Seguridad bonaerense aprovecharon la ocasión para filtrar que Parrada tenía antecedentes penales, dato irrelevante pero útil para correr el foco de lo verdaderamente importante: la completa desidia estatal, la falta de control en los barrios y la ausencia de patrullaje. Una vida perdida, una ciudad cada vez más hostil y un Estado que, una vez más, llega tarde… o simplemente no llega.