Mientras muchos creían que Sergio Massa había bajado la persiana para siempre después de las últimas elecciones, el líder del Frente Renovador sigue moviendo los hilos desde las sombras como un director técnico que no aparece en cámara… pero arma el equipo igual. Con un peronismo aún tambaleando entre internas eternas y peleas de egos que ya aburren hasta al gato, Massa mira al 2026 como el año clave para rearmar el rompecabezas justicialista y volver a sintonizar con la gente, hoy más distante que un 4G en el medio del campo.
El exministro observa de lejos —pero nunca tan lejos— el duelo sin fin entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof, esa novela que lleva más temporadas que Grey’s Anatomy. Mientras tanto, insiste en que el peronismo necesita dejar de llorar sobre la leche derramada y encarar de una vez un debate profundo: qué modelo quieren representar, qué valores defienden y hasta dónde están dispuestos a llegar para modernizarse en un país donde Milei marca la agenda y los deja corriendo de atrás. Massa reclama que el partido deje de oponerse por deporte y empiece a construir alternativas concretas, algo más parecido a un proyecto y menos a un monólogo.
Con la mira puesta en 2026, el tigrense quiere armar un nuevo peronismo que admita sus fallas, abandone las internas estilo Gran Hermano y salga a reconectar con la ciudadanía antes de que sea demasiado tarde. Su plan es sumar actores sociales, económicos y culturales para rebatir el modelo libertario con ideas renovadas y sin miedo a pisar callos. La consigna es clara: menos fotos de dirigentes abrazados y más acuerdos programáticos reales. Porque si 2024 y 2025 fueron años de supervivencia, el 2026 —según Massa— será el año en que el peronismo decida si vuelve a competir… o si queda archivado en la historia política argentina como un VHS perdido.