El presidente Javier Milei no piensa ceder ni un centímetro en su cruzada por el déficit cero: dejó en claro que vetará cualquier intento de aumentar las jubilaciones, incluso si lo impulsa una alianza improbable entre kirchneristas, la izquierda y figuras como Pichetto. Desde la Casa Rosada insisten en que no van a tocar el presupuesto “ni con una motosierra oxidada”, mientras los diputados opositores avanzan con un temario que incomoda al oficialismo y amenaza con romper el blindaje fiscal.
Pero eso no es todo: mientras se cocina esta batalla legislativa, el conflicto en el Hospital Garrahan sube la temperatura. El Gobierno intenta calmar las aguas con promesas de aumentos a los residentes, pero el resto del personal —más del 90%— quedó excluido. La estrategia es clara: dividir para debilitar la protesta. Desde el Ministerio de Salud señalan con el dedo a los sindicatos, y en un tono casi de reality show libertario, culpan a la implementación del control biométrico como el disparador del escándalo. ¿El nuevo enemigo? Los “ñoquis” que —según ellos— temen ser desenmascarados.
Mientras los diputados se preparan para una sesión caliente y los médicos para una nueva “marcha de las velas”, el Gobierno apuesta a los vetos, la polarización y el ajuste como única hoja de ruta. A Milei no le tiembla el pulso, y a sus funcionarios tampoco les tiembla la lengua: para ellos, cualquier reclamo que huela a gasto es un ataque directo al plan libertario. Aunque en el camino queden jubilados sin aumento, médicos sin mejoras y un Congreso que, por momentos, parece más una trinchera que un parlamento.